El intento por reencontrar tus inicios te remonta a un segundo intento por revivirlos sin importar la causalidad futura de tus acciones. Es buscar de alguna forma una parte que no te pertenece, en la que tu ya no eres necesario para lograr que las acciones se conjunten de forma efectiva en la búsqueda de la felicidad de los integrantes del mismo. Es una razón regida por emociones que ponderan tu comportamiento, no he de decir que no hemos tenido total culpa de lo que hemos realizado sino que la causalidad misma que nos ha llevado al preciso instante de búsqueda vana nos logró debilitar. Si insensatamente tenemos que suponer cualitativamente el logro de nuestras acciones, es también insensato entrar en un dilema sobre las diferentes interpretaciones del pasado.
La vida, tal vez, ya no tiene ningún sentido, y es por lo que te das cuenta, día a día, que la afirmación existencial crea un desaliento profundo en los seres que conocen el intento máximo de explicarnos. No soy creyente en las oportunidades sorpresivas, sino en una constante búsqueda sin sentido que poco a poco nos atrae a una pantalla existencial donde, ahora, ya todo es premonición. La anterior, sea la mentira más explorada por el hombre para soportar la supervivencia mental en este mundo, es quizá la más recomendada antes de morir.
Todo lo anterior radica en un sentimiento supremo, que días antes he discutido y la conclusión no ha llegado a su fin, nunca lo hará. Es tal vez el más desconcertante, por nuestra naturaleza, y está diseñado para solo durar tres años o menos; lo que de ahí se expande es el concepto racionalizado de dicho sentimiento, una norma social tan poderosa que no nos permite pasar por desapercibidos ni un momento. Es un algo tan misterioso que simplemente hemos intentado nombrar para sentirnos con el remoto deseo de control sobre él. Un control que no tendremos.
Es menester cuestionarnos en todo momento si el amor monopolizado o racional – es el conjunto sociocultural y normal que nos encadena a un solo matrimonio – es realmente amor. La consigna de seguir forzando un sentimiento tan profundo como el antes dicho es la causalidad de la separación abrupta final, aunque es evidente que dicho final ya estaba prescrito en un amor no monopolizado o natural. El sentimiento máximo no es más que el misterio más grande enfrentado por el hombre, algunos autores románticos se permiten el descaro mágico de invocar la naturaleza del hombre sobre la razón del mismo, como símbolo de victoria absoluta.
Es impresionante la fuerza de un amor racional que ha hecho permanecer juntos a gran mayoría de parejas, aunque cuestionarnos si realmente es un sentimiento como románticamente grandes escritores han publicado o simplemente es egocentrismo y sentimiento de seguridad. Algunas de las grandes teorías políticas de todos los tiempos, como El Leviatán o El Espíritu de las Leyes, desnudan al hombre y lo muestran como un ser egoísta que se junta con otro de la misma especie para sobrevivir. Esta afirmación filosófica hay trascendido hasta nuestros días y es causa principal del cuestionamiento anterior dicho. Sin embargo, el amor no se creó sino después de la primera formación de comunidad humana por lo que los intereses de un hombre seguro cambian radicalmente en comunidad, dichos intereses son más bien apegados a la soledad que es otro de las muchas emociones inmersas en un plano tan extenso como la mente humana.
La soledad es, en comunidad, el detonante predilecto de una serie de emociones depresivas que son causalidad de un pensamiento de unión. Pero, ¿cómo hemos llegado a la conclusión de que dicha soledad no se nos permite transcenderla con la poligamia? Una vez más el contexto sociocultural es clave en esta opresión de la expresión del sentimiento mismo. Se debiese profundizar en la evolución de un cambio constante de mentalidades en este aspecto a lo largo de la historia, pero bien sería desviar el tema demasiado. Aunque solo mencionaré que la poligamia era una actividad económica en los pueblos que se realizaba, la sobrevivencia de la comunidad, ahora, se junta con el amor. En este sentido no hay diferencia con la monogamia que se practica hoy en día.
Todo parece indicar que el amor es solamente un contrato socioeconómico egoísta, combinación del amor natural y el amor racional. Aunque una vez más hemos cometido el agravio de involucrar nuestra instancia en comparación a el sentimiento predilecto que es imposible racionalizar con teorías, puesto que es subjetivo, aunque se ha intentado. Mi deseo en este grito de culpa no es más que intentar llamar a un amor real que cumpla, no con los requisitos completos impuestos por la mente utópica que todos poseemos, sino con la mayoría de ellos y que juntos experimenten la búsqueda de la felicidad; fin último de la pantalla existencial del hombre, si todo lo anterior es cierto la mentira más grande del mundo es seguramente la más hermosa.
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